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Autor: Luis Ángel Gollonet Teruel

Magistrado. Sala de lo Contencioso Administrativo Tribunal Superior de Justicia de Andalucía. Granada
“Las montañas siguen allí”

“Las montañas siguen allí”

                        Entrevista a Pedro Algorta, superviviente del accidente aéreo en los Andes de 1972

            En una entrada anterior ya habíamos comentado que ser juez tiene algunas cosas buenas. Una de ellas es la posibilidad de conocer personas de lo más variado, que enriquecen mucho nuestras vidas.

            En esta ocasión, colaborar con el blog de la APM me ha permitido conocer y entrevistar a Pedro Algorta, uno de los dieciséis supervivientes del accidente aéreo de los Andes de 1972, suceso con redivivo interés tras la exitosa película “La sociedad de la nieve”.

            Conocido como Pedro Algorta, su verdadero nombre, José Pedro Jacinto María Algorta Durán, parece sacado de una novela de García Márquez.

            Pedro Algorta tenía 21 años el viernes día 13 de octubre de 1972 cuando el vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya con destino a Chile y 45 personas a bordo se estrelló en los Andes, a más de 3.500 metros de altura y con temperaturas nocturnas de hasta 30 grados bajo cero.

            72 días después, el 22 de diciembre de 1972, fue rescatado junto a otros 15 de supervivientes.

            Esta fascinante historia ha sido contada en primera persona por el propio Pedro Algorta, en el libro “Las montañas siguen allí” (Lid Editorial), cuyo título me he permitido plagiar para esta entrevista, y cuya lectura, sin duda, recomiendo. El libro, digo, no la entrevista.

            De los varios relatos que he leído sobre este suceso entre trágico y milagroso, “Las montañas siguen allí” es el que más me ha gustado.

            Pregunta -¿En qué cambió tu vida el accidente del avión de la Fuerza Aérea Uruguaya aquel 13 de octubre de 1972?

            Respuesta -En realidad no lo sé. Sólo sé que pude hacer una vida parecida a la que hubiera hecho si no me caía en los Andes. Mi vida no es distinta a la de los familiares de los que no volvieron, ni a la de mis hermanos que no estaban en ese avión.

            ¿Qué te motivó a escribir el libro “Las montañas siguen allí” transcurridos 43 años? ¿Por qué no lo publicaste antes?

            Todo tiene su tiempo. Estaba ocupado en otras cosas, cuando tuve más tiempo para mí, me di cuenta que tenía algo para decir, y ahí salió mi libro.

            ¿Te consideras católico? ¿Afectó a tu fe de alguna manera el accidente? ¿Es cierto que rezabais el rosario cada día?

            Sí, soy católico, pero todos rezábamos el rosario, aún los no practicantes. Era una forma de crear comunidad en el avión. Nos íbamos durmiendo, arrullados por el rezo. Nos daba una enorme paz.

            ¿Qué fue lo primero que comiste tras el rescate del día 22 de diciembre de 1972?

            Pues comida hipercalórica. Chocolates y galletas, lo que nos produjo una enorme diarrea.

            ¿Dormías bien dentro del avión, quiero decir dormías 8 horas seguidas?

            Dormíamos salteado, no 8 horas seguidas. Era muy incómodo.

            ¿Recuerdas alguna anécdota especial de aquellos días?

            Nos reíamos mucho, no recuerdo las bromas, pero sí recuerdo las risas.

            ¿Cómo fue la convivencia durante aquellos 72 días?

            Difícil. Estábamos obligados a convivir, pero fuimos creando nuestras reglas de convivencia.

            ¿Has visto la película “La sociedad de la nieve”? Del 1 al 10, ¿qué grado de parecido con la realidad le encuentras?

            Está muy bien. Nos representa con gran fidelidad.

            ¿Actualmente tienes relación con los demás supervivientes?

            Claro que sí, nos vemos con frecuencia. Y obviamente tenemos nuestro grupo de chat.

            ¿Tenías claro que ibas a sobrevivir y volver a casa? ¿O nunca pensaste que aquello terminaría bien?

            Tenía la esperanza, pero no estaba claro. Había que estar vivo, un día más.

            ¿Tienes alguna secuela física consecuencia del accidente? ¿Alguna vez has soñado con algo relacionado con el accidente?

            No he tenido sueños, jamás. No tengo consecuencias físicas.

            ¿Cuál fue el mejor momento durante aquellos días? ¿Y el peor?

            El peor fue el alud que mató a 8 personas. Lo mejor eran las noches de descanso.

            Las oposiciones a judicatura en España son unas de las más complicadas; desde tu perspectiva, ¿qué consejo le darías a los opositores?

            Que hay que trabajar mucho, no para ganar, que eso nunca se sabe, para tener posibilidades de ganar.

            ¿Y a los jueces o demás trabajadores que estén cansados o agobiados por su trabajo, qué consejo les darías?

            Que así es la vida. Vale la pena vivirla.

            ¿Se plantearon durante aquel tiempo alguna duda legal, o tuvieron la sensación de estar realizando algo ilegal?

            Jamás

            En el primer vuelo que tomaste después de 1972, ¿te dio miedo o ibas tranquilo?

            Siempre me asusto, pero a veces menos que mi vecino.

            Posdata. Sí, ya sé que había más y mejores preguntas que hacer. Pero en esto de las entrevistas pasa como con las discusiones, que las ideas más ingeniosas se te ocurren cuando ya has terminado y estás en tu casa haciendo otra cosa. En cualquier caso, espero que os haya gustado “Las montañas siguen allí” (la entrevista, ahora sí).

            Luis Ángel Gollonet Teruel

Magistrado del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía

Multa, que algo queda

Multa, que algo queda

Luis Ángel Gollonet Teruel

Magistrado especialista en lo Contencioso-administrativo

Tribunal Superior de Justicia de Andalucía

            ¿Se imaginan que los jueces de lo penal se quedasen para sí o para el órgano judicial el importe de las multas que imponen?

             Como es sabido, las frecuentes multas impuestas en los procesos penales van al Tesoro Público, y ni se las queda el juez para sí ni tampoco para el órgano judicial.

            Por poner cifras, en el año 2021 el importe total de las multas penales fue aproximadamente de 300 millones de euros. Pero imaginemos, pues soñar por ahora es gratis, que se pudiera quedar el juez ese dinero, o llevarse una parte o un porcentaje.

            Veríamos pronto que pasaría lo contrario que en la canción, pues cambiaría el juez un casio por un rolex, y un twingo por un ferrari. O en caso de que se quedara el dinero para el Juzgado, veríamos pronto que habría mejores medios en el órgano judicial que en la Agencia Tributaria. Bueno esto último es difícil de imaginar para quien trabaje en justicia, tan acostumbrados como estamos a las penurias. Es más fácil imaginarse al juez en el ferrari.

            Y habría también algún tacañón, que amasaría el dinero, y quien gastara el numerario en cosas estrafalarias. Yo sería de estos últimos. De los estrafalarios, digo.

            Lo que está claro es que el justiciable, cuando acudiese a juicio, no iría tranquilo, pues aunque se presumiese la objetividad e imparcialidad del juez, siempre le quedaría un temor fundado a que la avaricia recaudatoria del órgano judicial por llevarse el importe de la multa inclinase la balanza de la justicia hacia un fallo condenatorio.

            Si los órganos judiciales se quedaran para sí o para el Juzgado el importe de las multas, entonces es claro que el número de condenas se vería incrementando, que la cuantía de las multas sería más alta, y que habría un inquietante rigor punitivo.

            Y todos estamos de acuerdo en que ese sistema penal, en el ejercicio del ius puniendi del Estado, no sería garantista ni constitucional, ya que incentivaría las condenas penales en detrimento de la presunción de inocencia.

            Pues bien, cambiemos ahora a los órganos penales por los Ayuntamientos, y a las multas penales por las multas de tráfico.

            Aquí ya no hay que hacer esfuerzos imaginativos, ni ensoñaciones, pues es un hecho que el importe recaudado por los Ayuntamientos en multas de tráfico no va al Tesoro Público, sino que se queda directamente en el presupuesto municipal. Por supuesto no se lo queda a título personal ningún alcalde, sino que se lo queda su Ayuntamiento, cuyo presupuesto sí maneja para fines de interés general, se supone.

            ¿Quién no quiere otra rotonda, más asesores municipales, mayores subvenciones, otro chiringuito, un coche oficial para que un sufrido concejal no tenga que usar el transporte público que tanto recomienda a los demás o volver a levantar y poner las aceras? ¡Viva el progreso! Quiero decir, ¡vivan las cadenas!

            Es verdad que algunos malpensados sostenemos que los Ayuntamientos incurren en una desviación de poder cuando usan la potestad sancionadora en tráfico y otras materias para recaudar más engordando su presupuesto, como haría un juez penal si se llevara un porcentaje de sus condenas. Pero estos pensamientos son cosas de aburridos juristas. Valga la redundancia.

            ¿A quién le importa que el Tribunal Constitucional dijera que la potestad sancionadora de la Administración, en cuanto manifestación del ius puniendi estatal, tenía que ajustarse a los principios del Derecho Penal?

            Bueno, a algunos pocos sí nos importa, y creemos que el importe recaudado por las Administraciones locales con las multas (de tráfico y de otras materias) debería ingresarse donde las multas penales, en el Tesoro Público, y no en el presupuesto del propio Ayuntamiento que multa.

            Pero según se manosea la Constitución hoy día, y tal y como está el patio, veo más cercano que los jueces se acaben quedando un porcentaje de las multas que imponen.

“Carta de despedida a Piski”

“Carta de despedida a Piski”

Luis Ángel Gollonet Teruel

Magistrado especialista en lo Contencioso-administrativo

Tribunal Superior de Justicia de Andalucía

            La primera vez que lo vi eran las dos de la mañana. Yo venía de un largo viaje desde La Coruña, en coche, pero volvía contento a casa por Navidad, donde los hermanos, también esparcidos por el mundo, íbamos a juntarnos unos días con nuestros padres.

            Al abrir la puerta intentando no despertar a nadie me pareció escuchar un ruido, que pensé sería de un vecino, y entonces empezó a olisquearme las zapatillas, y entendí la razón de aquel ruido extraño, y no tuve más remedio que encender la luz mientras pensaba, asustado, qué demonios hacía un maldito perro dentro de la casa.

            Ana, mi hermana, salió de su cuarto muy divertida, riendo a carcajadas.

            -¡Es Piski!

            -¿Pero qué coño hace aquí un perro? ¿Estamos locos? ¿Lo saben papá y mamá?

            -Deja que te huela.

            -Mierda de bicho, aparta, cuyons.

            Y las risas de mi hermana se hicieron más grandilocuentes mientras que se iba por el pasillo.

            Era entonces un cachorrillo, muy juguetón, y recordando su cara veo ahora que era muy joven, con mucha energía. Tenía ya entonces la misma cara de inocente y bobalicón que tuvo siempre, pero me parecía entonces más simple con sus ojillos negros y la lengua fuera, jadeante.

            No ladraba nunca, era un border collie, y le gustaba perseguirte por la casa, algo que al principio me incomodaba, incluso aunque no le dieras comida, lo que además estaba terminantemente prohibido por mi hermana. Quizá por eso empecé a darle queso, sin saber que era un perro ovejero. Nada como el placer fraterno de contrariar y fastidiar a un hermano.

            Me hacía gracia ver la pericia con que engullía el queso y lamía el suelo. Así que a escondidas le daba cada vez más comida, a veces solo por verlo contento, otras porque movía la cola, o porque me miraba con su cara de tontorrón, o porque se tumbaba sobre las dos patas delanteras, o porque me gustaba verlo comer, al final ya por costumbre, por tenerlo a mi lado.

            Parecía que el jodío estuviera haciendo oposiciones para que lo quisiera, con lo poco que me habían gustado a mí los animales hasta entonces.

            Cuando acabó la Navidad ya me había acostumbrado a estar con él, y hasta lo había paseado un día pese a que había jurado que nunca lo iba a hacer. Así que una mañana, sin saber por qué, ya en Galicia, me descubrí con cierta morriña mirando a otro perro y pensando en que el mío, que nunca fue mío, mi Piski, era mucho más listo, y por supuesto más guapo. ¡Pero si lo estaba echando de menos!

            Y así, tras semanas santas, veranos, navidades, aunque nunca lo reconocía, el tontaina de Piski me iba llegando, poquito a poco, al fondo del corazón.

            Nunca supe por qué se llamaba así, porque mi hermana decía que me lo iba a contar mañana, y al día siguiente que mañana, y se reía mucho, pero con la broma y la broma nunca supe por qué.

            Descubrí gracias a ese pazguato abobado lo que era la lealtad perruna, no por mí, con quien siempre fue noble y bueno aunque yo me resistía, sino por cómo se comportaba con los demás. Con mi padre caquéxico en la fase terminal del cáncer, Piski se tumbaba a su lado, en el salón, y buscaba caricias, y entre tanto dolor causado por la enfermedad, la mejor analgesia era la pequeña sonrisa que provocaba esa bola de pelo.

            Cuando mi hermana falleció, Piski estuvo muy desorientado. Parecía que había envejecido de golpe en unos días y ya nunca fue tan juguetón ni tan alegre, salvo el día en que dos años después de su muerte sacamos alguna de su ropa del armario, y estuvo dando saltos por toda la casa con cara de loco, unos saltos desproporcionados, sin sentido. Entró en un cuarto al que nunca se le había dejado entrar, mordió unos vaqueros de mi hermana y fue la primera vez que ladró, un ladrido agudo, como si fuera un lobo, mientras corría por toda la casa con el pantalón mordido.

            El día que Piski dejó de comer, al ver la cara del veterinario ya sabía lo que iba a decir, porque había visto esa cara muchas veces en la planta séptima de oncología. Y recordé de golpe las veces que jugué con el simplón, que le di de comer y beber, a veces en mi propia mano, que relamía con su lengua rasposa de trapo, y no pude evitar sentirme frágil, débil, y enfadado, sí, muy enfadado, porque yo nunca quise querer a ese papanatas, que al final se había sacado la plaza con su inocencia y su bondad estúpida.

            El día que incineramos a Piski apenas pude comer, y al final, a escondidas, por más que traté de evitarlo, se me escapó alguna lágrima; no solo porque me recordase a mi padre y mi hermana, como me decía molesto.

            Justamente esa noche, ya en la cama, escuché en la radio que un malnacido había apaleado a un perro hasta matarlo, y que había sido detenido y puesto a disposición judicial. Entre sueños, pensé en contactar con ese canalla, y decirle que yo nunca quise a los perros, hasta que conocí a uno, en preguntarle por qué había hecho eso con una criatura indefensa y buena.

            Hasta siempre Piski, amigo fiel.        

Burrocracia española.

Burrocracia española.

            Pepe, quinto viceportavoz adjunto, estaba estrenando zapatos esa mañana. Le había ayudado a elegirlos su hija pelirroja, quejosa de que a pesar del puesto que tenía su padre, apenas salía en la tele, por la absurda regla de que los distintos portavoces del Gobierno tuvieran carácter rotatorio, de tal forma que cada semana había uno distinto, hasta que salían los veintisiete, y volvían a empezar por el primero.

            Pero ese era su día semestral de gloria, y no lo iba a desaprovechar, pues iba a hacer un anuncio que lo llevaría a la popularidad. Le había costado mucho trabajo convencer a la Subcomisión de Seguimiento del Viceministerio Segundo de la necesidad de que, dentro del plan trienal de la Dirección General de Asuntos Económicos, hubiera un plan subtrienal, con cargo a la Secretaría Primera del Ministerio de Hacienda, que incluyese ayudas de cien euros anuales a los autónomos.

            Es más, él mismo había diseñado el proceso de verificación de requisitos, para lo cual había creado la Subcomisión de Verificación de Requisitos de Ayudas Subtrienales dependiente de la Comisión de Verificación de Requisitos de las Ayudas Trienales, previo informe del Comité de Expertos Independientes para las ayudas a los autónomos, creado ad hoc. Incluso, como toque personal, en su afán de agilización administrativa, había reducido el plazo de presentación de solicitudes de 15 días a dos semanas, lo que fue muy aplaudido en el partido.

            No fue un camino fácil, pues el Consejo de Estado había informado al Ministerio de Economía de que debía reunirse la Comisión de Asuntos Bilaterales antes de que se iniciase el proceso de aprobación de ayudas, y la Federación Provincial de Federaciones Provinciales había intentado evitar la reunión de la Comisión al plantear un conflicto de competencias.

            Y claro, la resolución del Ministerio de Economía no podía ser transmitida al Ministerio de Hacienda en tanto en cuanto el Órgano de Resolución de Conflictos Interministeriales no emitiera informe, previo informe de la Comisión de Informes, que a su vez había delegado su emisión en la Subcomisión de Informes de los Informes.

            Lo cual, por otro lado, había quedado supeditado a que la Federación de Municipios y Autonomías, en su Asamblea anual, no plantease otro conflicto, previa audiencia a los sindicatos y organizaciones empresariales más representativas, conflicto que finalmente no se planteó.

            Paco, autónomo de toda la vida, zapatero desde los dieciséis años, al ver el anuncio de Pepe, pensó que a lo mejor podía pedir la ayuda de cien euros anuales, a pesar de que era algo contrario a sus ideales, ya que entendía que las subvenciones y ayudas se pagaban con los impuestos de los autónomos, por lo que para pagar las subvenciones había que subir los impuestos, lo que haría necesarias más subvenciones, que harían subir más los impuestos. Y todo eso sin contar el coste de gestión.

            Pero, a fin de cuentas, como decía Paca, su mujer, si los demás piden la ayuda, por qué no iba a pedirla él.

            Así que Paco se imprimió las instrucciones simplificadas del Boletín Oficial, donde en apenas cien folios se exponía el proceso abreviado de petición de las ayudas estatales dentro del plan quinquenal de ayudas estatales.

            Era loable el afán de simplificación del Gobierno, que no solo explicaba en qué consistían las ayudas, sino que había elaborado un díptico y un vídeo resumen, con la ayuda del prestigioso Instituto Público de Dípticos, Trípticos, Cuadrípticos, Folletos y Vídeos Resumen, en colaboración con la Academia de Resúmenes y Simplificación de la Información Pública, donde se resumían los requisitos de las ayudas en las Disposiciones Finales duodecies, terdecies, quaterdecies, quinquiesdecies y sexidecies, esta última, eso sí, por remisión a la Orden Septiesdecies del Cuadro Anual de Órdenes e Instrucciones de Tramitación de las Solicitudes Individuales de Personas Físicas a la Administración Estatal. Por lo que al final hubo que imprimir otros noventa y siete folios, pero a Paco no le importó, porque como buen empresario entendía que tales costes no impedían que siguiera siendo rentable solicitar la ayuda.

            Aplicado todo el domingo, Paco fue rellenando el formulario de solicitud de la ayuda, el impreso de protección de datos, la hoja de impacto ambiental, la declaración responsable, el registro de antecedentes penales, la ficha de buen ciudadano, y la comunicación de datos fiscales.

            A lo que adjuntó certificado bancario de su número de cuenta, declaración jurada de no concurrir causa de incompatibilidad con la ayuda solicitada, declaración responsable de abono de la tasa por importe de 6 euros por solicitud de ayuda que se devolvía si se abonaba la ayuda, certificado de estar al corriente con la Seguridad Social, con Hacienda, con el Ayuntamiento, con la Diputación, con los consorcios provinciales, con el área metropolitana, con la Unión Europea y con la Comunidad Autónoma y sus organismos autónomos, certificados que había que solicitado a cada una de tales instituciones por separado, y copia sellada del informe del Departamento de Cambio Climático, Depuraciones, Residuos Inteligentes, Progreso y Resiliencia Transparente que acreditaba no tener pendiente el pago de ninguna tasa de basuras o ecológica.

            También adjuntó a la solicitud la Memoria, la Cuenta Anual, el Balance, la escritura pública de la empresa, y la inscripción registral mercantil de la cuenta de pérdidas y ganancias y del estado de flujos en efectivo, entre otros documentos.

            Adjuntó fotocopia de su Documento Nacional de Identidad y del pasaporte, que no lo pedía expresamente ninguna de las setenta y siete reglas simplificadas del proceso abreviado de solicitud, pero por experiencia sabía que era mejor aportarlo.

            Seguía vigente en aquel entonces la opción de presentar la solicitud simplificada en papel o por internet, en virtud del régimen provisional transitorio de la disposición transitoria quincuagésimo nona de una Orden Inter-Ministerial y Vicepresidencial aprobada en la Quinta Conferencia Sectorial de las Reuniones Anuales de Subcomisiones de Asuntos de Coordinación.

            Pero Paco, héroe moderno, curtido en trámites burocráticos, veterano de varios proyectos de modernización y simplificación administrativa, era sabedor de que había que ir tanto por internet como en papel; por si acaso. Y cumplimentó preventivamente la solicitud por ambas vías.

            Colapsada la página web, luego en tareas de mantenimiento, nuevamente colapsada, incompatible con el navegador, precisa de una actualización del sistema, caducado el certificado electrónico, cerrándose la página, luchando contra pop-ups y elementos emergentes, documentos en pdf no aceptados pues debían ir en word, y viceversa, presentación denegada por no comprimir archivos y superar 10mb,  y tras varios mensajes en inglés, not found, error 404, y otras cosas que no entendía, sin un teléfono al que llamar, Paco intentó serenarse, y decidió acudir a la cita previa, que menos mal que pidió, para presentar la solicitud con la documentación adjunta, cita que la Administración le dio justo el último día del plazo en que se podía solicitar la ayuda.

            A las diez y cuarto de la mañana, al volver del desayuno el funcionario competente (un decir), le dijo que el horario de presentación de las solicitudes de los planes trienales o quinquenales de ayudas estatales para el fomento del emprendimiento sostenible terminaba a las diez de la mañana. Y que por él no habría problema, pero que el ordenador no le dejaba admitir la solicitud.  

            Paco no quiso escuchar la frase que intuía que iba a decir el funcionario, así que estaba ya de espaldas y casi llegando a la puerta de salida cuando sonó contra su voluntad:

            ¡Vuelva usted mañana! Pero antes de las diez.

            Menos mal, pensó Paco mientras intentaba reprimir una repentina agresividad, que dos semanas antes de iniciar el proceso de petición de la ayuda había visto llegar en un imponente coche oficial a un político con su hija pelirroja, y le había cobrado cien euros de más por unos zapatos. 

Chandalismo.

Chandalismo.

Luis Ángel Gollonet Teruel

Magistrado especialista en lo Contencioso-administrativo

Tribunal Superior de Justicia de Andalucía

            Los miles de lectores de este blog, aunque no lo quieran reconocer públicamente, confiesan en privado que les gusta que se escriba sobre cuestiones polémicas. Que digo miles, decenas de miles.

            Y ante ese clamor popular, no he podido evitar tratar una de las cuestiones que más nos atormentan últimamente.

            Es un tema candente, sobre el que nadie se atreve a opinar abiertamente, pero que dados los elevados emolumentos que percibo por esta colaboración, creo que debo plantear de forma directa, a fin de satisfacer a nuestros exigentes lectores.

            Las siguientes líneas pueden herir gravemente algunas sensibilidades sensibles, a las que no pediré perdón, como es normal, pero sin más demora, debo formular ya la pregunta, de la que, por otro lado, anticipo, no tengo respuesta:

            ¿Pueden los estudiantes ir en chándal a las clases de la Facultad de Derecho?

            Basta un paseo por cualquiera de nuestras facultades de todas las ciudades, de Salamanca a Barcelona, pasando por Granada, Madrid, Santiago de Compostela o Valencia, para comprobar la existencia de un porcentaje significativo de jóvenes que visten en chándal cuando asisten a las clases universitarias.

            Hubo un tiempo en que para ir a la Universidad se exigía chaqueta y corbata, norma que se relajó con la exigencia de tal etiqueta solo para los exámenes, y que hoy día se ha diluido de tal forma que los chandalistas empiezan a ser cada vez más abundantes. Ciertamente es una prenda cómoda, pero parece más apropiada para la práctica del deporte que para ir a determinados eventos o actos.

            La cuestión es, ¿habría que recuperar un código de vestimenta determinado en la Universidad?

            Es comúnmente aceptado que en la gala de los premios Goya hay un protocolo que exige esmoquin a los hombres y traje largo a las mujeres, y para entrar en una discoteca no se puede ir en zapatillas de deporte. Y a casi nadie se le ocurre ir con chaqueta y corbata a un gimnasio, o a una piscina. Ni tampoco a las bodas se va en bañador, salvo que sea boda ibicenca, en cuyo caso nadie va con frac.

            Quiero decir que la existencia de unas normas de vestimenta es aceptada en muchos y diversos ámbitos, como en las ciudades de Barcelona, Málaga o Palma de Mallorca, donde ir sin camiseta por determinados sitios puede dar lugar a una sanción económica establecida en las ordenanzas locales.

            En los juicios se usan togas, y hay una regulación sobre la vestimenta en estrados, como una forma de constatar el respeto al proceso y a las partes y profesionales que intervienen. Algo heredado del imperio romano, donde el poeta Virgilio ya dijo “Romanos, rerum dominos, gentemque togatam -Romanos, señores de la tierra, raza togada”.

            Por lo que cabe preguntarse si el chandalismo universitario es una manifestación de libertad, una expresión de comodidad, un signo del vulgarismo de los tiempos modernos, un desprecio al saber y la cultura, una señal de rebeldía juvenil, o una moda pasajera, probablemente importada.

            ¿Los que ven mal el chándal en la universidad se han convertido, sin darse cuenta, en mayores cascarrabias? ¿O acaso ha evolucionado la moda hacia esta prenda, como en su día pasó con los vaqueros, la pana y los pantalones bombachos o de campana?

            Nuestra querida Real Academia Española nos dice que el origen de la palabra chándal proviene del francés “chandail”, y etimológicamente, señala, es “el jersey de los vendedores de verdura”. Pero no consta que los chandalistas universitarios sean afrancesados; o que reivindiquen la verdulería, aunque a veces lo parezca.

            Una tarde de verano compartí estas cavilaciones con un querido y prestigioso decano de una Facultad de Derecho, cuya universidad prefiero no desvelar. Y me dijo que compartía mis reflexiones, pero que veía un problema técnico en exigir una determinada vestimenta a sus estudiantes.

            -¿Qué problema?- le pregunté.

            -Pues que primero tendré que convencer a determinados profesores para que no vayan ellos en chándal.

            Chandalismo o no chandalismo. Esa es la cuestión.

FILIBUSTERISMO PROCESAL

FILIBUSTERISMO PROCESAL

Luis Gollonet Teruel           

Magistrado especialista en lo Contencioso-administrativo

Tribunal Superior de Justicia de Andalucía

            Una de las actividades que más me gustaba cuando empecé a aprender inglés de pequeño, y que aún conservo, era intentar traducir los títulos de las películas, y ver si acertaba con la traducción «oficial».

            El título de una de las primeras películas que recuerdo intentar traducir, con escaso éxito, es «Mr. Smith goes to Washington», el clásico cinematográfico dirigido por Frank Capra y protagonizado por un joven James Stewart, que en España fue comercializado como «Caballero sin espada». Así cualquiera acierta.

            La película narra un caso de lo que se conoce como obstruccionismo parlamentario, también llamado filibusterismo. Precisamente la Real Academia define el filibusterismo como «obstruccionismo parlamentario», esto es, el conjunto de tretas y trampantojos situados en el límite de la legalidad pero dentro de ella y tendentes a retrasar o evitar la aprobación de una norma por la mayoría.

            El origen del filibusterismo lo encontramos en las asambleas parlamentarias de los Estados Unidos, donde para garantizar la libertad de expresión, cuando un congresista está en el uso de la palabra puede mantenerla y hablar sin límite de tiempo mientras se tenga en pie, a condición de que no se siente, no abandone la cámara y no deje de hablar.

            La película “Caballero sin espada”, que un moderno tuitero habría llamado “Héroe sin capa”, es solo un ejemplo del originario filibusterismo. En el parlamentarismo anglosajón ha habido muchas e insólitas escenas de discursos interminables que pretendían retrasar o impedir la votación y aprobación de una ley.

            Hoy día, por extensión, se habla de filibusterismo como sinónimo de cualquier técnica de obstruccionismo.

            En España las amplias facultades de policía que tiene atribuida la Presidencia de las Cortes para moderar y dirigir los debates, junto con un reglamento más estricto, impiden que se den estas situaciones de interminables discursos, por lo que son posibles otras técnicas de filibusterismo, pero no esa.

            En el ámbito judicial se ha debatido mucho si se debe limitar la extensión de las intervenciones orales de los letrados, al igual que la extensión de los escritos o los recursos, estos últimos finalmente limitados en la casación.

            Y aunque a alguno le gustaría, no es posible en nuestro sistema procesal que un abogado haga una intervención en juicio durante horas o días para retrasar el dictado de una sentencia.

            Pero lo que está claro es que hay otras técnicas de filibusterismo jurídico o procesal que pretenden alargar determinados procesos para evitar que se dicte sentencia sobre el fondo del asunto o, al menos, posponer y demorar la sentencia o su ejecución durante un largo periodo de tiempo. Ya se sabe, el tiempo es oro y quien gana tiempo gana dinero.

            Piénsese en procesos penales: el que se sabe culpable intenta retrasar la condena en el tiempo, y el denunciante que sabe de la inocencia del acusado, pretende alargar la “pena de banquillo”. En procesos civiles, el que habita una finca sin título desea posponer y dilatar el momento de devolver la posesión a su legítimo titular. O en contencioso un funcionario disciplinariamente sancionado también puede dilatar años el cumplimiento de la sanción, o una empresa el pago de una liquidación para obtener en el ínterin el importe con que abonarla sin tener que cerrar por falta de liquidez.

            Tuve un caso de un funcionario sancionado disciplinariamente con una suspensión de funciones durante dos años que falleció tras diez años de litigio; y, en ausencia de sentencia firme, y gracias a una astuta abogada maestra del filibusterismo, nunca llegó a cumplir la sanción por el principio de personalidad de la pena.

            La justicia cautelar no siempre es suficiente para evitar el obstruccionismo procesal.

            Y sucede que los jueces no siempre tenemos a nuestro alcance los mecanismos legales para hacer frente a los filibusteros procesales, lo que genera en ocasiones una cierta impotencia, no solo en el poder judicial, sino, sobre todo, en los justiciables.

            Ya decía Séneca que nada se parece tanto a la injusticia como la justicia tardía.

            No digo que la lentitud de la justicia se deba en exclusiva al filibusterismo procesal, ni mucho menos. Pero sí hay una parte del retraso en los procesos que obedece a esa técnica, y de la que se habla tan poco que no sale ni en las estadísticas.

            No es este el ámbito ni el momento para analizar cuáles son las clases de filibusterismo procesal, o buscar las formas de atajarlo, ni tampoco soy yo quién para hacerlo. Pero al menos quería ponerle nombre a esa realidad.

            Y al igual que llamamos querulantes a quienes presentan constantes denuncias o demandas por motivos poco justificados o agravios inexistentes, hemos de poner nombre y llamar filibusteros a quienes usan y abusan de los mecanismos procesales para alargar y estirar el proceso con el fin de retrasar al máximo la resolución sobre el fondo del asunto o su ejecución.

            En España casi cualquier profesional de la justicia podría escribir el guión de un relato de filibusterismo procesal a la altura de “Caballero sin espada”. Sería una buena película. Quizá algún día sea yo quien lo escriba, pero por ahora solo me ofrezco para traducir el título. Que os vais a enterar. 

Viva la Pepa. La sede del Tribunal Constitucional

Viva la Pepa. La sede del Tribunal Constitucional

0957La ciudad en que se encuentra una institución del Estado influye en la imagen de esa institución. De la misma manera, esa institución ejerce alguna influencia en la imagen de la ciudad. Con las personas a veces también sucede lo mismo, no somos o seríamos los mismos si hubiésemos nacido o vivido en otra ciudad, o si tuviésemos otra profesión; incluso si tuviéramos otro nombre nuestro carácter sería diferente.

Ahora que todavía está reciente la celebración del bicentenario de la Constitución de Cádiz de 1812, “la Pepa”, parece difícil, a veces, pensar que esa Constitución española hubiese tenido el contenido y significado que tuvo y aún tiene en la historia en caso de haberse elaborado en otra ciudad que no fuese Cádiz.

La sede del Tribunal Constitucional

En la Ciencia Política se encuentran muchas obras y autores que han reflexionado sobre cuál debe ser la sede de una institución, las razones para ello y la importancia que tiene. Por poner sólo un ejemplo clásico, en su obra “el Príncipe”, Maquiavelo recomendaba al príncipe que “como hizo el sultán de Turquía respecto a Grecia” trasladase su residencia a los territorios conquistados.

Viene esta pequeña reflexión al hilo de la ubicación de la sede del Tribunal Constitucional. ¿Por qué tiene que estar en Madrid el Tribunal Constitucional? Ni la Constitución Española, ni la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional determinan que la villa de Madrid tenga que ser el lugar donde se encuentre el Alto Tribunal.

Y vista la trayectoria de desprestigio en que (injustificadamente) se encuentra el Tribunal, y la imagen tan denostada que a veces se tiene de él, ¿no sería una buena ocasión para trasladar la sede del Constitucional a la ciudad de Cádiz, o a la ciudad de Granada, y así mejorar la percepción que tiene la ciudadanía de este órgano constitucional?

Es un debate que pocos hasta ahora se han planteado; pero desde luego un cambio de ciudad podría contribuir a reforzar la imagen y el necesario prestigio del Tribunal Constitucional. Un cambio de ciudad podría suponer, junto con otros cambios más profundos también necesarios, la oportunidad de empezar una nueva etapa en la que se podría recuperar la percepción positiva de buena parte de la ciudadanía. Ha sido una pena no aprovechar los actos conmemorativos del bicentenario de la Pepa para una reforma necesaria, tanto de forma como de fondo.

Cádiz o Granada nueva sede del Tribunal Constitucional

Por ello propongo que se lleve a cabo una reforma del Alto Tribunal, y que sea o Cádiz, por su tradición liberal, o Granada, por su tradición jurídica, la nueva sede del Tribunal.

Como antes decía, al igual que Cádiz ejerció un influjo muy positivo en la Pepa, (y la Pepa en Cádiz) o Granada en la Real Chancillería ordenada por los Reyes Católicos (y la Real Chancillería en Granada), una eventual reforma del Tribunal Constitucional que incluya un cambio o traslado de sede debería ejercer una influencia positiva en el Alto Tribunal. Sin perjuicio de otras reformas más profundas que también necesita, como que sus miembros tengan carácter vitalicio, o que los recursos se resuelvan en unos tiempos más razonables, por ejemplo.

Las ventajas que hasta ahora ha podido suponer su ubicación en Madrid, una gran ciudad, han sido muchas. Pero su actual ubicación en Madrid forma parte de una imagen deteriorada que debe cambiarse. Por lo menos este cambio contribuiría a evitar la sensación de que quienes están en las más altas instituciones del Estado creen que España se termina en los límites del barrio de Salamanca.

La cura para estos males patrios puede estar, quizá, en llevar la sede de algunas instituciones nacionales fuera de Madrid. En el caso del órgano que es el máximo intérprete de la Carta Magna, el alejamiento físico de la corte madrileña (caverna, la llaman algunos) podría resultar democráticamente sanísimo. Desde luego contribuiría a mejorar su independencia, al mantener cierta distancia del Gobierno, las Cortes y los partidos políticos.

Es profundo el cambio que necesita el Tribunal Constitucional para poder desempeñar la función que le asigna la Constitución vigente, heredera de la Pepa. Pero el cambio no debe ser sólo de fondo, sino también de forma, y el cambio de su sede, a Granada, o a Cádiz, podrían contribuir decididamente a ello, y ser una muy buena campaña de imagen. Aunque no debe quedarse sólo en eso el cambio.

Tanto Granada como Cádiz tienen una tasa de paro (demasiado) alta, y una menor riqueza que Madrid, por lo que el contexto económico y razones de política económica, además de las razones políticas y jurídicas, también justifican el cambio de sede, pues favorecen la redistribución nacional de la riqueza; no todas las sedes del Estado deben estar en la misma ciudad y favorecer a la misma ciudad.

La cuestión, al menos, merece ser debatida, sobretodo ahora que estamos en la enésima campaña electoral (¡qué pesadez!) y, dicho sea de paso, no tiene perdón que la casta, desde los viejos a los nuevos de la casta, hayan sido incapaces de reducir el gasto electoral de nada menos que 160 millones de euros.

Quién sabe si las nuevas “Cortes de Cádiz” de hoy día, que a veces son las redes sociales, quizá se sumen a esta iniciativa que podríamos llamar #granadasedeTC o #cadizsedeTC, y se produzca un movimiento popular, como el de 1812, que lleve al Tribunal Constitucional a un sitio donde la tradición jurídica, o la tradición liberal, contribuyan a mejorar el constitucionalismo español, que es la base de nuestro progreso.