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Mes: abril 2022

LA NEOLENGUA Y EL REDESCUBRIMIENTO DE LA RUEDA

LA NEOLENGUA Y EL REDESCUBRIMIENTO DE LA RUEDA

Carmen Romero Cervero

            Recuerdo con añoranza cuando era pequeña y mis padres me llevaban a las ferias; siempre había algún puesto en el que un señor vendía multitud de productos, principalmente de cocina, que hacían virguerías; cortaban las zanahorias de tal manera que quedaban poco menos que como la  Victoria de Samotracia y las manzanas, quedaban tan bonitas, que daba pena comérselas; obviamente, la venta la hacía mediante una demostración ininterrumpida durante horas de esos chismes y esa demostración iba acompañada de una también ininterrumpida verborrea; parecía  un opositor cantando temas pero sin ningún contenido. Ante tales maravillas, pocas madres podían resistirse a llevarse el artilugio y, cuando llegábamos a casa, la zanahoria y la manzana seguían siendo tan poco apetecibles como lo habían sido antes y descubríamos que el charlatán había conseguido su objetivo que no era otro más que darnos gato por liebre.

            Ese objetivo lo había conseguido mediante el lenguaje, ese  vehículo necesario para toda sociedad, para todo ser humano que, dependiendo de cómo se use, puede conseguir objetivos muy diferentes.

            Allá por los años veinte del pasado siglo, Edward Bernays publicó su libro Propaganda; Bernays fue un publicista, periodista e inventor de la teoría de la propaganda y las relaciones públicas y el germen de la ingeniería social; siendo, como era, sobrino de Sigmund Freud, obviamente tenían fácil acceso a datos importantes sobre el subconsciente de las personas. Veintiún años después de que viera la luz Propaganda, George Orwell publicaba 1984, novela distópica donde las haya y a la que ya he dedicado algunas líneas en este blog. Si de neolengua hablamos, necesariamente hemos de hablar de Orwell al ser consciente en su novela de la capacidad que tenía el lenguaje para  controlar el pensamiento humano.

            Bien podíamos decir que Bernays y Orwell fueron dos visionarios y, aunque en lo que a Orwell se refiere, su obra gira en torno a la propaganda política tanto del nazismo como del comunismo, lo cierto y verdad es que de unos años a esta parte, la propaganda y el neolenguaje están viviendo su época de mayor esplendor.

            Todo aquel que quiera jugar a hacer ingeniería social, en lo que al lenguaje se refiere, necesariamente ha de hacerlo con dos técnicas; de un lado, distorsionar lo obvio y de otro, reprobar a todo aquel que discrepe de los predicamentos oficiales.

            Igual que el charlatán de feria, actualmente  asistimos a discursos absolutamente vacuos de contenido, con una serie de conceptos rimbombantes de nuevo cuño que hace unos años, ninguno de nosotros habíamos escuchado y, mucho menos, habíamos utilizado y otros conceptos que han sido sustituidos por otros eufemísticos que pretenden hacer desaparecer el menor atisbo de dureza y no olvidemos que, per se, la vida es dura.

            Vamos a poner unos ejemplos.

            Hace unos años, a cierto tesorero de un partido político se le entregó “una indemnización en diferido”; tiempo después, cierto político, cuando veía a muchos jóvenes de este país con una gran formación académica marcharse al extranjero para conseguir un trabajo y un sueldo acorde con su formación, se le ocurrió hablar  de “fuga de cerebros”, como si los cerebros tuvieran patas y vida propia; en los años 60 los españoles emigraban a Alemania a buscar trabajo y ahora, los jóvenes debidamente formados académicamente, no emigran sino que lo que tenemos es “fuga de cerebros”, en fin…

             Otro concepto maravilloso del neolenguaje, que además es un anglicismo, es loft; nadie admitirá que no queda chic decir que vive en un loft en Retiro, cuando, en primer lugar, la traducción al maravilloso y rico castellano es desván y, en segundo lugar y siendo realista, no deja de ser más que un triste piso de treinta metros cuadrados, en el mejor de los casos, pero, obviamente, nadie puede presumir de vivir en esos metros.

            Cuando alguien nos hable de “optimización de recursos”, echémonos a temblar porque, lo normal, es que esa optimización vaya unida a recortes, pero escuchar optimización, parece que tranquiliza y el hachazo va a ser menos doloroso.

            Sin duda, un concepto delicioso de este neolenguaje es la definición de divorcio como “el cese temporal de la convivencia matrimonial”, como si ese cese hiciera más dulce la ruptura.

            Hasta hace unos años, cuando alguien venía de otro país a trabajar, hablábamos de inmigrantes y, de repente, de un tiempo a estar parte resulta que ya no hay inmigrantes sólo migrantes.

            Otro concepto que está siendo arrinconado por otro distinto de este neolenguaje es el de “aborto”, que está siendo sustituido por el de “interrupción voluntaria del embarazo”, como si el resultado final fuera distinto.

            Seguro que todo lector que está leyendo estas líneas recuerda aquella bucólica imagen de “los brotes verdes” que nunca fueron ni brotes ni mucho menos verdes; a su “cultivador” le pasó lo mismo que a esta que suscribe, que se le mueren hasta las plantas de plástico.

            También me resulta maravillosa la palabra “copago sanitario”, no señores, no, no es “copago”, es repago para el contribuyente que primero paga la sanidad pública mediante los impuestos y luego la “repaga” cuando va  a la farmacia a comprar un medicamento.

            Otra maravilla es el “jarabe democrático” que es sinónimo de “empoderamiento ciudadano”, como si el acoso fuera más dulce con esos conceptos.

            Además de estos eufemismos lingüísticos, no podemos olvidarnos de una serie “palabros” (este concepto es de cosecha propia) que de repente, han irrumpido en nuestras vidas y que ahora, si uno quiere ser moderno, lingüísticamente hablando, tiene que utilizar sí o sí en cualquier discurso que prepare. Sin ánimo de ser exhaustiva, vamos a hacer una pequeña recopilación:

            -. “poner en valor”: que levante la mano quién, hace cinco años, “ponía en valor” algo al hablar o al  escribir.

            -. “transversalidad”, un concepto maravilloso que da esplendor a cualquier frase donde la coloquemos.

            -. “visibilizar”, es otra idea que se repite hasta la saciedad y no añade nada a la frase.

            Y si seguimos con más “palabros” modernos no podemos olvidarnos de empoderar, gobernanza, topar los precios, heteropatriarcado, micromachismo, economía sostenible….y dejo en manos del lector ir completando la lista.

            Es también divertido ver como utilizamos neologismos mezclados con anglicismos para, como dice el título de esta entrada, redescubrir la rueda; hay dos conceptos que en los últimos meses he de confesar que me quitan el sueño: “sundrying” y “batch cooking”; el primer concepto es lo que toda la vida han hecho las abuelas en los pueblos que no es otra cosa más que tender al sol la ropa y la segunda la de cocinar en cantidades industriales y luego hacer porciones que se colocan en el “tupper” (vamos, en la fiambrera o tartera de toda la vida), esta “nueva modalidad” culinaria fue inventada hace ya muchos, muchos años por la madre de algún estudiante que no vivía con sus padres. Sin duda que las influencers son un altavoz magnífico,  y barato para que todas estas semillas germinen convenientemente.

            Estos eufemismos,  colocados estratégicamente en frases con infinidad de palabras vacías de contenido, unido al leguaje inclusivo (en este punto, conviene leer a Muñoz Machado : “La Academia está muy dispuesta para hacer lo que pueda para evitar que el lenguaje sea un elemento de discriminación, pero no está dispuesta en absoluto para aceptar tonterías” –fuente: El Confidencia, 6/4/22) nos llevan a discursos absolutamente vacuos, pueriles e infantiles que, unidos muchas veces a receptores acríticos y con una notable falta de comprensión lectora, hacen del orador un semidiós que va manipulando la voluntad de la masa con algo tan aparentemente inofensivo como las palabras, pero no debemos olvidar que, como ya dijo Orwell en Política y lengua inglesa, “el lenguaje político está diseñado para que las mentiras parezcan verdad y el asesinato respetable”.

            En los tiempos en que vivimos, no es necesario acudir a la fuerza o a la violencia para doblegar la voluntad de las personas, es mucho más higiénico el lenguaje, como de igual manera tampoco es necesario matar físicamente a alguien para conseguir su muerte social, una buena estrategia de propaganda y manipulación subliminal arroja resultados increíbles.

            Tengamos cuidado,  pues, con los vendedores de bálsamo de Fierabrás puesto que, pese a que Don Quijote le afirmaba a su querido Sancho que «Si en alguna batalla me han partido por medio del cuerpo, solo será preciso juntar cuidadosamente las dos mitades antes que la sangre se yele  me darás de beber sólo dos tragos del bálsamo y verasme quedar más sano que una manzana» lo cierto y verdad es que la manzana puede resultar como la que me encontraba cuando era pequeña y utilizaba los artilugios del charlatán de feria al que me refería al principio.

            Ojito, pues, con el trilerismo lingüístico porque, los trileros que antaño estaban localizados en la Rivera de Curtidores, en el rastro de Madrid, ahora se encuentran no sólo en cualquier esquina sino en sitios más peligrosos como la tv que preside el salón de nuestras casas y las radios que nos acompañan mientras preparamos el primer café de la mañana. Estén atentos.

EJEMPLARIDAD

EJEMPLARIDAD

“El camino de la doctrina es largo; breve y eficaz el del ejemplo” (Séneca).

Hoy vengo a rebatirlo. Tarea complicada discutir al estoico.

Parto de la diferencia a la que he acudido en otras ocasiones: la diferencia entre el mundo anglosajón y el continental.

La moral, sobre la que tanto escribió Séneca, es el centro sobre el que orbita la cultura jurídica anglosajona. A falta de códigos, leyes y demás normas escritas, acude a los precedentes dictados por sus Tribunales a lo largo de los años. Con ellos, buscará lograr la convicción en jurados y magistrados de que su tesis es la más “moral”.

Pero no sólo la cultura jurídica, también la sociedad en general, de la que hemos importado la peligrosa “corrección política”. Es la moral social, común a la sociedad y que rige la conducta pública de los ciudadanos.

En el mundo continental, y más concretamente en España, Italia, Francia, nos regimos por códigos y normas escritas. Entendemos que lo mejor para las relaciones sociales es la norma pactada en el poder legislativo. Creamos las leyes y las dotamos del máximo poder, siendo exigibles a todos e imponiéndose a los Tribunales, que sólo nos encontramos sometidos a la Ley pero siempre a la Ley.

La moral, evidentemente, existe (no olvidemos que, al fin y al cabo, Séneca era cordobés), y opera como criterio interpretativo, pero no con prioridad. Es la moral personal, la del propio ciudadano, que opera tanto pública como privadamente.

Pero incorporamos la moralidad social y la corrección política.

En la era de la globalización nos influenciamos recíprocamente y vamos incorporando al acervo aspectos de otras culturas. Generalmente ello promueve el progreso pero, en ocasiones, se hace a costa de perder la identidad. Comenzamos a utilizar como criterio para dotar de validez a una persona su ejemplaridad o lo políticamente correcto que supone. Digo “o” porque son cuestiones diferentes pero, al caso, vienen a asimilarse.

Entonces comenzamos a sustituir el talento, el conocimiento, la preparación, por la dialéctica, la oratoria o la corrección. Vemos que se exige a los Tribunales que sean “correctos” en sus decisiones, y ante la incorrección política de los Fallos, criticamos la decisión desde la perspectiva moralista. Entramos en la deriva de exigir a todo poder público, a todo personaje relevante, una conducta ejemplar.

Y ¿qué ejemplo empleamos? El que nos dicta la moral social general. Ante la ausencia de una, adoptamos los criterios anglosajones, instalados hace siglos y que nos sirven como mecanismo de control.

Y ello no será un problema si lo prioritario es el conocimiento técnico, pero cuando la técnica es compleja y no podemos comprenderla, para “controlar” nos limitamos a la ejemplaridad y, poco a poco, se convierte en el único aspecto exigible para todo lo relevante.

Esto riñe con el arte que por definición tiene que ser emotivo y, en consecuencia, puede tender a ser rupturista o conflictivo. Pero también con toda labor trascendente, pues comienza a importar menos el resultado que la ejemplaridad de este.

Vemos como un actor mundialmente famoso abofetea a un humorista en una gala de cine y se pide que se le quite el premio obtenido unos minutos después. Priorizamos la ejemplaridad al talento. Hoy sabemos que se le va a impedir acudir a cualquier acto formal de la Academia durante 10 años. Se avergüenza la conducta y se reprime sancionándola. Mejor opción que mezclar churras con merinas, claro.

¿Cómo coexiste la corrección política con la libertad de expresión? Evidentemente, no es que una bofetada suponga una elevada tesis. No hay lugar para la violencia en esta sociedad. Ahora bien ¿debe criticarse el talento de una persona porque no resulte ejemplar? Quienes dieron solución al “bofetadagate” no opinan así.

Un jugador de tenis excepcional, rebosante de títulos que lo acreditan como uno de los mejores tenistas del mundo y, en fin, deportistas de la historia. No contento con ello, es ejemplar en la victoria y en la derrota. Demuestra con cada declaración la corrección absoluta, lo que se espera del ideal. Es, en términos semánticos, el hombre ideal. Si rompiese una raqueta por fallar un punto no mermaría un ápice su talento o excepcionalidad deportiva. Quizás si su ejemplaridad.

Quizás el error reside en buscar los ejemplos en lugares recónditos. Entiendo que el ejemplo no debe buscarse en cualquier persona relevante. La ejemplaridad, la educación, se obtienen en las familias, las escuelas, las universidades. El problema puede deberse, entonces, en que ante la falta de ejemplos, buscamos otros fuera de dichos ámbitos.

Y no debe negarse el efecto inspirador de ciertos personajes relevantes, o el aprendizaje que obtenemos de sus conductas, sus manifestaciones. Yo utilizo, a menudo, frases lapidarias atribuidas a algunos de ellos (algún día espero descubrir si Churchill dijo todas esas cosas que dijo).

Pero debe ser complementario de la educación recibida, que nos da sentido crítico y nos permite construir nuestros propios pensamientos, para que los personajes nos inspiren pero no constituyan el eje sobre el que construir nuestro comportamiento, nuestra ética.

Quizás la crítica no es a la ejemplaridad, sino a la educación del ciudadano. Quizás no es a la corrección política, sino al espíritu crítico. Quizás.

Si sustituimos nuestros propios pensamientos, nuestra cultura, por la reproducción de las conductas de nuestros ídolos, descubriremos que tienen pies de barro, pues son humanos, y que somos tremendamente injustos por exigirles una ejemplaridad que no podrían cumplir. Son tan humanos como los demás.

Así que, al final, no voy tanto a discutir a Séneca (tarea un tanto pretenciosa) que se refería a predicar con el ejemplo, sino más bien, a los modelos de conducta que escogemos.

No podemos exigir a los personajes relevantes que prediquen con el ejemplo en todos los aspectos de su vida. Defiendo la inspiración que nos brindan. Nos permite auparnos.

Pero si debemos exigir la mejor preparación, la mayor educación y técnica. Aunado con un gran talento permitirá personajes públicos relevantes y trascendentes. Promoverán mejoras sustanciales en la sociedad y la mejorarán.

Los modelos de conducta están en casa, en las escuelas y universidades. No adoremos ídolos, puede que nos llevemos una bofetada.

Sobre los hurtos levísimos.

Sobre los hurtos levísimos.

47.533. Esta es la cifra de condenados en 2020 por un delito de hurto, según la estadística del Consejo General del Poder Judicial. En los años 2018 y 2019, la cifra se eleva a las casi 72.000 condenas.

Entre 45.000 y 70.000 personas son condenadas en España cada año por un delito de hurto, que representan en torno a la mitad de la totalidad de los delitos contra el patrimonio y el orden socioeconómico que se cometen anualmente en nuestro país y que resultan en condena.

De las cifras dichas, que son apabullantes, no sería atrevido afirmar que más de la mitad se corresponden a hurtos leves cometidos en establecimientos comerciales o abiertos al público en general.

Tampoco sería atrevido afirmar que, en casi la totalidad de los hurtos leves en establecimiento comercial, el justiciable no llega a consumar el delito y lo hurtado ―cuyo valor rara vez excede de las tres cifras― vuelve a ponerse a la venta sin inconveniente.

La estadística del Consejo General del Poder Judicial no es tan exhaustiva como para arrojar luz sobre estos extremos, pero sí lo he podido constatar en los múltiples delitos leves que he tenido la oportunidad de enjuiciar en mi corta práctica judicial.

Normalmente, penas de multa 15 a 29 días (por ser la inferior en grado), con una cuota diaria cercana al mínimo y sin pronunciamiento sobre responsabilidad civil.

Unas latas de boquerones que ascienden a 6,34 euros; un cortaúñas de 2,39 euros; unos pendientes y unos chicles que hacen un total de 5,44 euros o un salchichón de 1,29 euros. Esa nadería no es inusual en las salas de justicia.

La justicia puede cojear, pero llega. El sagrado iter instrumental de la justicia en hurtos levísimos se pone a nadar para morir en la orilla. Cerrada la puerta a punir la multirreincidencia en este tipo de delitos ―una discutible opción de política criminal―, la rara imposición de prohibiciones de aproximación a los establecimientos hurtados y la dificultad de la ejecutoriedad de las penas impuestas, no ayuda a la prevención del delito, ni a su reprensión.

El justiciable, en el asunto del hurto del salchichón, espetó: “¿no le da a usted vergüenza que me traigan aquí por esto?”. Habría que pensarlo.

El perjudicado suele resultar materialmente indemne por estos hechos. Entonces, ¿se justifica el ius puniendi del Estado por ese tipo de hechos de escasa o nimia gravedad? ¿Dónde quedó la mínima intervención del derecho penal? Y cuando planteo estas cuestiones no abogo por que los hurtos, por leves que sean, queden impunes.

Por ejemplo, en materia de seguridad vial, existe una reprensión administrativa por conducir con una tasa de alcohol en aire espirado de entre 0,26 y 0,60 mg/l y una reprensión penal más allá de 0,60 mg/l.

Existe, también, la reprensión administrativa para quien conduce a un kilómetro por hora por encima de la velocidad reglamentariamente permitida y una reprensión penal para aquel que lo haga a mas sesenta u ochenta kilómetros por hora, según los casos.

Por tanto, una de las vías por las que, por economía procesal, se podría minorar el alto ingreso de esta clase de hurtos en los juzgados de instrucción podría pasar por el reproche administrativo de todos aquellos hurtos leves cometidos en establecimiento que no hayan originado responsabilidad civil en el que el valor de lo hurtado no exceda de los 400 euros.

Es decir, una suerte de tercera categoría de hurtos: los delitos menos graves de hurto de más de 400 euros, los delitos leves de hurto de 400 euros o menos y las infracciones administrativas de hurto en establecimiento comercial o abierto al público de 400 euros o menos.

Así, con esta propuesta, se puede considerar que el bien jurídico ―el patrimonio―, queda suficientemente protegido en aquellos hechos que son de escasa gravedad y en los que el perjudicado resulta materialmente indemne. Y al tratarse de hurtos, por supuesto, la escasa gravedad de los hechos suele ser consecuencia de la propia formulación del tipo, que exige excluir la fuerza en las cosas y la violencia o intimidación en las personas.

Por otro lado, para esta clase hurtos en particular y, en general, para cualquier otro delito leve, y por razones de pura economía procesal, se debería abrir el debate de la conformidad en el juicio por delito leve. Ello agilizaría los señalamientos al evitar la plena celebración del juicio oral y con la consiguiente firmeza de la sentencia y comienzo de la ejecución.

No deja de ser sorprendente que el legislador permita la conformidad en lo más (penas de prisión de hasta seis años en procedimientos abreviado) y no la permita en lo menos (penas no privativas de libertad de hasta tres meses para los juicios por delito leve).

La única explicación convincente puede ser la de que el denunciado, en los juicios por delito leve, no tiene que intervenir, preceptivamente, defendido por abogado.

Es cierto que no son menos los juicios por delito leve en los que el denunciado comparece sin letrado. Pero, también es cierto que el denunciado ―precisamente― por no ser obligada la defensa técnica, tiene derecho a autodefenderse y tiene derecho a conocer sus derechos como acusado en un proceso penal.

Por tanto, ¿Qué obsta a que el denunciado pueda reconocer los hechos, que es una afirmación fáctica y no jurídica y, tras conocer el marco penal anudado a ese delito ―requisito que tendría que ser indispensable en la información de derechos―, se conforme con la concreta pena pedida por el fiscal u otra acusación?

Pues bien, quizás debería recoger nuestra Ley de Enjuiciamiento Criminal un régimen de conformidad en el ámbito del juicio por delito leve. Y, para el caso de que el denunciado intervenga sin letrado, un régimen específico de conformidad.

Un régimen en el que juez instructor, como garante último de la conformidad libremente prestada, no solo constate el que el denunciado reconoce libremente los hechos y se conforma con la pena pedida por el acusador, sino también que conoce la pena mínima y máxima con la que ese delito está castigado y que, si se celebra el juicio, aquel que le acusa puede interesar se le condene a la máxima.

Alfonso Zarzalejos Herrero

Juez en prácticas