Manzanas asadas

Manzanas asadas

            Muchos de los lectores de este blog nos hemos enfrentado a unas oposiciones, de las que decía Gregorio Marañón que son el más sangriento espectáculo nacional, después de los toros.

            Hay muchos tipos de opositores; los hay ordenados y estrictos, que comienzan siempre en el mismo sitio y a la misma hora; los hay anárquicos y desordenados, capaces de tener los temas en folios sueltos que van perdiendo periódicamente sin importarles mucho; también están los que madrugan, y empiezan temprano, frente a los nocturnos, que terminan tarde, y se despiertan más tarde. Hay, quizá, tantos tipos de opositores como personas.

            Yo me identificaba más con la clase de los nómadas, pues empecé en mi dormitorio, pero pronto transité al salón cuando no había nadie, pasando por la cocina para las mañanas, y alternativamente probaba otras estancias de la casa por la tarde. Incluso, recluido en la soledad del hotel de Madrid el día previo al examen, llegué a estudiar en el cuarto de baño con el fin de no escuchar las urgencias de amor de una joven pareja separada por una pared con poco ladrillo.

            Fue en esa travesía del desierto cuando terminé recalando en la casa de mis abuelos, en búsqueda inconsciente de un poco de cariño entre tanto frío positivismo jurídico.

            Cuando era pequeño iba con mis hermanos a casa de mis abuelos, y nos quedábamos a dormir muchos fines de semana. Siempre íbamos con mucha ilusión, porque nuestros abuelos, además de querernos mucho, nos daban algunas libertades y nos permitían algunas licencias que los mayores maldecían como consentir, pero que nosotros considerábamos de lo más justo.

            Siempre podíamos montar una jaima o tenderete en el salón, sin que nos dijeran que estaba prohibido; y podíamos pasar horas allí metidos, jugando; si les pedíamos una película una semana, un cromo, o un determinado juguete agotado, a la siguiente semana el abuelo ya lo había conseguido, a veces sabe Dios cómo, que entonces no había internet, y a saber la de vueltas que daba el pobre.

            Nada más llegar ya entrábamos dando gritos y saltos, sin ser reprendidos por el jolgorio, algo impensable en nuestra casa. Sin contar la de manjares con que nos agasajaban a cualquier hora, y sin límite, que pareciera que les gustaba el solo hecho de vernos comer. Y no les importaba comerse lo que no queríamos, o beber de nuestros vasos, lo que nos parecía extraño, porque preferíamos por entonces morir de sed antes que darle un sorbo al vaso de los hermanos.

            Buscando esa antigua sensación de cariño y libertad, que había perdido entregado a mis carperis, terminé en casa de mis abuelos un sábado por la noche cuando terminaba el día libre. Uno de los más crueles momentos de la triste vida opositora.

            Así que ese sábado, al terminar el día libre, en mi itinerante estudio, me recibió mi abuela, ya viuda, para estudiar el domingo en su casa, y volver el lunes a la mía, y no se le ocurrió otra cosa que prepararme manzanas asadas.

            No se acordaría, o quizá no sabría, que había sufrido una grave indigestión por una tarta de manzana que me había hecho aborrecer hasta la náusea cualquier cosa que llevara manzana confitada.

            Pero claro, estaba tan contenta de que me quedase a dormir ese día, y me había preparado con tanta ilusión esa sorpresa, que no pude decirle que las odiaba.

            Máxime cuando me refirió que no había vuelto a hacerlas desde que se murió mi abuelo, porque le gustaban mucho.

            Así que, mientras me miraba como cuando era pequeño, me las comí y tragué como pude, entre alabanzas y celebraciones, agradeciendo a cada bocado el gesto que había tenido.

            Tanto y tan bien las debí celebrar, que al sábado siguiente, y al otro, me volvió a preparar otras manzanas asadas.

            Al cuarto sábado cambió el plato de bienvenida; nos las fuera a aborrecer.

            Justo cuando empezaban a gustarme.

Luis Ángel Gollonet Teruel

Magistrado del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía

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Luis Ángel Gollonet Teruel

Magistrado. Sala de lo Contencioso Administrativo Tribunal Superior de Justicia de Andalucía. Granada

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